Jóvenes de la localidad de Pilar viajaron hasta Portugal para participar en el encuentro que convocó el Papa Francisco en su capital, Lisboa. Los días previos realizaron una peregrinación a modo de preparación. “Me dio mucha ilusión saber que no estamos solos caminando hacia la santidad y que todavía hay mucho, pero mucho amor en el mundo, aunque nos quieran hacer creer otras cosas muchas veces”, reflexiona Camila Pérez Sande.
*Los jóvenes de la sección RC Pilar tuvimos la oportunidad de participar de la JMJ. Pero antes, pudimos hacer una peregrinación que, además de que fue una experiencia increíble, nos preparó para lo que nos esperaba en la jornada.
Empezamos el viaje visitando el santuario de Fátima, y vimos desde un principio cómo la Virgen nos tomaba de la mano para acompañarnos. Continuamos haciendo el camino de Santiago de Compostela. Antes de empezarlo, nos dieron un consejo: recen mucho y dejen todas las piedritas del alma en el camino. Y así hice. Fue un desafío, pero dejé todo. A veces costó, pero el regalo más lindo del camino fue ver la importancia de la comunidad. Todos juntos dando cada paso, riendo, rezando, y también acompañándonos en esos momentos en los que parecía que ya no podíamos más. Porque no importaba quién llegara primero, sino que todos llegáramos, y juntos. Y al llegar a la meta deseada, me di cuenta de que no todo se trataba de llegar, sino de lo que había vivido en el camino, y de saber reconocer en él cómo Jesús había salido a mi encuentro en cada momento.
Contemplamos también a Dios en la belleza de su creación. Y es muy fiel en lo grande, pero también en lo simple, y eso es una de las cosas que más me asombraron en este viaje: su capacidad de hacerse notar en lo simple y desde el silencio. Cada charla, risa, compartida y misa, siempre estaba ahí, haciéndose presente, dándonos muchos regalos y recordándonos cuánto nos ama. ¿Que Dios bueno que tenemos no? Eso era lo único en lo que podía pensar. Además, la presencia de la Eucaristía fue importantísima durante toda la peregrinación. Nada hubiera sido lo mismo si cada día no hubiese tenido la oportunidad de pasar un rato con Jesús cara a cara, no solo para agradecerle por todo lo que me estaba dejando vivir, sino también para recordar que este camino solo valía la pena porque era con Él y por Él.
Y bueno, finalmente llegó la JMJ, que fue la razón principal por la que hicimos este viaje. Para empezar, fue una experiencia de iglesia viva. Me renovó todas las esperanzas el saber qué hay tanta gente en la misma que yo, pero que también lo vive de manera muy distinta y poder aprender de las diferentes maneras de hacer presente Su Reino. Fue un regalo muy grande. Me dio mucha ilusión saber que no estamos solos caminando hacia la santidad y que todavía hay mucho, pero mucho amor en el mundo, aunque nos quieran hacer creer otras cosas muchas veces. La iglesia está viva y abierta para todos, y está viva por el Espíritu Santo, que fue un gran compañero también en toda la peregrinación, y la Virgen, también, siendo siempre puente hacia Cristo para nosotros, y que fue central en esta JMJ.
Todo el viaje fue vivir un rato el cielo acá. Aunque es verdad que Su Reino no es de este mundo, pudimos probar que el Reino empieza acá. Pero, lo más importante para mí fue saber que Jesús, que me regaló este viaje, es el mismo que me esperaba con los brazos abiertos a la vuelta. Él no cambia, es el mismo que me quiere dar vida, y me la quiere dar en abundancia. Me llevo la certeza tan grande de que, si lo tengo a Él, ya tengo todo no importa donde esté.
*Testimonio de Camila Pérez Sande.